EL JUEGO, EL TRABAJO MÁS SERIO DE UN NIÑO:

 

 

 

 

Gaston Courtois, "El arte de educar a los niños hoy", Salamanca 1982.

 

El juego no tiene para el niño la misma significación que para el adulto. Para el adulto es, sobre todo, un descanso, una distracción.

Para el niño es la cosa más seria que pueda existir en el mundo; se podría decir que es su ocupación esencial.

Por eso es interesante que los padres, aun ocupándose de los juegos de sus hijos, eviten molestarlos con intervenciones intempestivas.

Claudio, niño de cuatro años, deja deslizar entre sus dedos un fino hilillo de arena dorada, y no responde nada a las indicaciones imperiosas de su mamá, que le invita a jugar con ella. «No sabes divertirte, Claudio», dice ella. «Pero sé muy bien lo que me divierte a mí», respondió Claudio.

El niño toma de tal manera en serio su juego, que con gusto se identifica con el personaje que representa y se asocia todo lo que él imagina de su psicología.

Conocía yo a un pequeño de tres o cuatro años. Un día irrumpí en su cuarto de jugar, cuando se encontraba sentado en un rincón sobre una caja; delante de él aparecía un pequeño coche volcado sobre uno de los lados. El niño estaba muy serio; con las dos manos colocadas sobre una de las ruedas del coche, conducía...

Quise hablarle de su oficio, y para entrar en materia le dije: «¡Buenos días, pequeño conductor!» Pero mi frase quedó sin respuesta. Me pareció que el niño no estaba muy cortés. Lo que yo le decía era amable. ¿No era realmente él un pequeño conductor? Repetí mis «buenos días». Siempre sin respuesta. Después de una tercera tentativa, el niño, no sin haber tomado antes una vuelta peligrosa, se volvió, refunfuñón, y me dijo tranquilo y altanero: «Esto no se les dice a los conductores».

El juego es el trabajo de los niños, y los juguetes, los utensilios del juego.

Un niño se divierte con su ilusión en torno a un juguete más que con el juguete mismo. Se entretiene uno mejor a los cuatro años con un trozo de madera fajado o envuelto en trapos que con un juguete complicado y costoso.

Descubre el niño en el dibujo y la pintura un excelente medio de expresar para los demás y para sí mismo sus instintos creadores. Es mejor que él pueda inventar lo que le parezca que no el colorear los «espacios en blanco» de un método impreso de antemano; podría con esto desanimarse y renunciar a todo esfuerzo personal de imaginación.

Los juegos de construcciones son muy apropiados a la psicología del niño, con la condición de que él pueda construir, modificar y volver a empezar según su idea.

Lo que interesa es no tanto el juguete y lo que cuesta, sino la actividad creadora que determina en el niño.

En la época de Navidad no deis a vuestro hijo de una vez una multitud de juguetes comprados sin discernimiento; al contrario, haced la elección con cuidado; distribuid durante el año la mitad de las compras.

De esta manera los juguetes podrán realmente llenar su papel, que es contribuir al desenvolvimiento del niño, renovando su interés.

No temáis para vuestros hijos los ejercicios al aire libre. Habituadlos pronto al viento, a la lluvia, al frío. Puede el niño hacerse fuerte muy fácilmente y poder sufrir la intemperie. Son con frecuencia los niños demasiado protegidos las víctimas de los cuidados excesivos de quienes los rodean.

Haced que vuestro hijo aprenda a nadar lo más pronto posible. Cuanto más joven comience le será más fácil; algo parecido como para aprender lenguas vivas.

Si tenéis ocasión de que vuestro hijo siga un curso de gimnasia rítmica, no dudéis en proporcionárselo; este método ejercita los músculos y las articulaciones, da al cuerpo proporciones armoniosas; el niño se hará más flexible y natural en sus movimientos; su sentido del ritmo se reforzará, lo cual le será útil más adelante, y no sólo en el aspecto musical. Aprenderá también a reaccionar prontamente y de manera eficaz; ganará en sangre fría, cualidad indispensable en la actualidad a los niños; recordemos aunque sólo sea la circulación moderna en las calles y, los peligros que supone. La gimnasia rítmica armoniza el espíritu y el cuerpo; exige que el niño aprenda a dominarse, y fortifica la facultad de concentración, por la cual podrá sin dificultad adquirir una actitud firme en presencia de otras personas, y más adelante -por ejemplo, en período de exámenes- evitar el miedo, de tan deplorables resultados.

Cuando el niño crezca, la participación en grandes juegos y las salidas al aire libre en unión de algún grupo de jóvenes será para él ocasión de una formación buena, física y moral a la vez.

Para el tiempo de vacaciones, aceptar con gusto que vuestro hijo participe de una colonia o un campo. Será esto ocasión para él de desarrollo físico y moral, que le beneficiará todo el año.

Sin embargo, es preciso ser exigente no sólo sobre el ambiente educativo de la colonia, sino también sobre su atmósfera espiritual. Una colonia de vacaciones de espíritu francamente cristiano es ocasión fecunda de aprendizaje de vida cristiana, y se debe procurar ese beneficio para los niños.

El deporte posee en la actualidad -y es esto un gran bien- un atractivo prodigioso para la mayoría de los niños. Hay, sin embargo, deporte y deporte. Es preciso desconfiar -principalmente en el período de la adolescencia, en que se fatiga muy pronto- de los deportes de competición, donde, por el deseo de vencer, hay peligro de pasar los límites de la prudencia.

El deporte no es aconsejable más que cuando, por otra parte, se asegura al niño equilibrio físico y moral con la gimnasia racional, y cuando se realiza además bajo dirección o inspección médica.

Una recomendación que no es seguramente del todo inútil: el juego debe llevar -aun cuando el niño crezca- la recompensa en sí mismo y, en la observación a conciencia de la disciplina del juego.

El arte de saber perder lo mismo que ganar constituye un verdadero enriquecimiento moral. Sería de lamentar que el juego fuera estimulado por el incentivo de una ganancia cualquiera. Normalmente, los juegos de dinero deberían estar prohibidos.
La lectura para los niños debe ser cuidadosamente elegida. Es necesario prohibir deliberadamente no sólo las obras de moralidad dudosa, sino también todo lo que pueda impresionar con demasiada viveza la imaginación del niño, en particular relatos de crímenes, de torturas, novelas policíacas, aventuras de gangsters.

En principio, esos relatos, fuertes de colorido, pueden falsear el juicio y la imaginación de lectores jóvenes. Por otra parte -y el caso no es imaginario-, pueden crear un mundo ficticio en que se centre el niño fuera de toda realidad, esperando ejecutar él mismo las aventuras de quien tiene llenos el corazón y la inteligencia.

Hay en el momento actual gran cantidad de revistas y libros ilustrados para los niños. No todos son igualmente formadores. Algunos constituyen un verdadero veneno. Otros son una tontería embrutecedora. No enviemos a nuestros hijos a comprar cualquier revista en los quioscos. Puesto que las hay formativas, hagámosles, si es posible, una suscripción a su nombre. Eso evitará la tentación de comprar sin preocuparse de qué ni de cómo.

¿Qué se debe pensar del cine en relación con los niños?

El cine posee un poder de hechizo excepcional, y puede servir con la misma facilidad a las mejores causas o a las más malas. Desde el punto de vista educativo, puede ser para el niño instrumento precioso de descanso e instrucción: filmes de historias, documentales de viajes. Pero puede ser también en extremo peligroso, porque la mayor parte de las películas que existen en la actualidad no son para ellos. Las grandes películas de emoción y aventuras descargan verdaderos golpes de imágenes sobre los jóvenes cerebros, que se aturden con tantos choques repetidos. Las imágenes son el vehículo de una carga afectiva o sentimental. Su multiplicidad superpone al mundo real un mundo ficticio, artificial, que ofrece el peligro de descentrar al niño, quitándole el sentido de la realidad en una edad en que precisamente necesita adquirirlo.

Por otra parte, como él es muy sugestionable, tiende a reproducir las escenas que ve desarrollar en la pantalla, y si éstas son sentimentales o equívocas, pueden suponerse los efectos que producirán.

Se ha observado que el abuso del cine determina en el niño disminución de la memoria y de la atención, y de manera general del pensamiento.

En fin, el cine, sobre todo si el niño asiste frecuentemente, determina una especie de embriaguez y crea una necesidad ficticia, tanto que alguien haya podido decir: «El cine es el opio de la infancia.» Por eso, exceptuando las sesiones especialmente reservadas para los niños y donde la elección de películas se determine por su carácter instructivo y tranquilizador, abusar del cine es contraindicado para los jóvenes.

Constituye el cine tal fuerza en la actualidad y ejerce de tal manera influencia, que no basta con preservar al niño de asistir. A medida que sea mayor convendrá enseñarle a elegir sus películas y a verlas con espíritu crítico. La película discutida en familia, entre los padres y los hijos mayores, ofrece ocasión de puntualizar criterios, abrir horizontes y contribuir a la formación del juicio.

La radio, y forzosamente la televisión, deben ser objeto de la atención de los padres, y también de educación del espíritu crítico y del juicio. Hay emisiones sanas y a veces educadoras. Las hay que son simplemente de distracción, sin más. Las hay embrutecedoras y envilecedoras. Aquí es bueno recordar que «vivir es elegir» y que es en estas opciones donde se revela la cualidad de un alma.

 

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